Traductor

Misiones

Entrando al corazón del problema

Es el núcleo mas grande de las personas no alcanzada por el cristianismo en nuestro mundo.Es un espacio rectangular, en forma de ventana,frecuentemente llamado "El Cinturón de Resistente," la ventana se extiende desde el oeste de Africa al este de Asia, desde el grado diez hasta el grado cuarenta sobre la linea del Ecuador.Leer todo el articulo aqui


COOPERACIÓN MISIONERA IBEROAMERICANA
Ciudad del Cabo, 20 de octubre de 2010

Queridos líderes del Congreso de Lausana Ciudad del Cabo 2010,Como parte de la comunidad latinoamericana presente en el Congreso de Lausana Ciudad del Cabo 2010 queremos expresarnuestro agradecimiento por la hermosa oportunidad de participar en este importante evento. Toda la informacion aqui en formato PDF.


Bible Exposition: Ruth Padilla (Ephesians 2 Part 1) from Lausanne Movement on Vimeo.

HUDSON TYLOR



Mucho antes de que Hudson Taylor naciera sus padres lo dedicaron al Señor. Habían leído en Éxodo 13:2: “Conságrame todo primogénito”; y habían comprendido sabían que este mandato divino se refería no sólo a lo que poseía en el hogar y en la familia. El 21 de mayo de 1832, en Yorkshire, Inglaterra, les nació un hijo, y le pusieron Jaime Hudson Taylor.
Desde sus días de niño de brazos, Hudson Taylor fue llevado al templo evangélico.  Entre sus recuerdos más tempranos conservaba el cuadro de su abuelo y su abuela, sentados directamente detrás de él y de sus padres.  Gran parte de su educación le fue dada en su propio hogar. Su padre le enseñó el alfabeto hebreo; y, antes de que cumpliera cuatro años, su madre le había enseñado a leer y a escribir. Como muchos otros niños, Hudson Taylor acostumbraba jugar “a la iglesia”, junto con su hermano y su hermana. La silla de su padre les servía de púlpito, y el tema predilecto de los sermones infalibles era las tinieblas de los países paganos. Esto era lo que solía oír, tanto en su hogar como en el templo.

“Cuando yo sea grande” decía Hudson, “quiero ir como misionero a la China”.

En el hogar de los Taylor la norma era que los centavos tenían que ser ganados. Los padres de Hudson creían que sus hijos debían comprender el valor del dinero, y darse cuenta de que debían aprender a ganarlo de manera honrada. Por lo tanto, les asignaban algunos quehaceres domésticos como trabajos.

A los niños Taylor se les había enseñado que no debían pedir nada en la mesa. Un día, cuando tenían visitas para la cena, el plato de Hudson fue pasado por alto. Durante largo rato se quedó sentado sin decir nada. Al fin, aprovechando una pausa en la conversación, Hudson pidió que le pasarán la sal. El invitado que estaba sentado a su lado miró su plato vació y le preguntó: “¿Para qué quieres la sal?”. Hudson replicó que quería estar preparado para cuando su madre le sirviera la comida.

Otra de las lecciones que Hudson Taylor aprendió de sus padres fue la puntualidad. “Supongamos” le decía su padre, “que hay cinco personas, y que se les hace esperar un minuto. ¿No ves que son cinco minutos perdidos, que no se recobrarán jamás?”.

El Sr. Taylor estimulaba y fortalecía la vida espiritual de su hijo. A diario, durante su niñez, Hudson era llamado a la habitación de su padre, par tener un rato de oración y estudio bíblico. Además se le enseño a tener su propio tiempo devocional a solas con Dios. Pronto aprendió a dedicar unos minutos antes del desayuno, y otros por la tarde, a la lectura de la palabra de Dios y a la oración.

Debido a que Hudson Taylor era enfermizo, no le fue posible asistir regularmente a la escuela. Pero las clases que su madre le daba eran conducidas de manera sistemática y consistente; de modo que, como resultado. Hudson Taylor avanzó en sus estudios mucho más que los niños que asistían a la escuela.

Las misiones al extranjero era uno de los constantes temas de conversación y oración en el hogar de los Taylor. El padre sentía un anhelo especial de que el evangelio llegara a la China. Hablaba mucho del país, y oraba mucho por dicha nación. Cuando Hudson tenía siete años, se realizó un culto de celebración, durante el cual recogieron ofrendas de acciones de gracias, y se elaboraron plegarias por el mundo entero. Después de este culto de celebración, el padre de Hudson comentó que varios misioneros habían salido recientemente, pero que ninguno de ellos había ido a la China. Este hecho, juntamente con la lectura del libro La China, de Pedro Parley, hizo una profunda impresión en J. Hudson Taylor. No obstante, los Taylor ya habían abandonado las esperanzas de que Hudson pudiera dar cumplimiento a sus deseos, pues el niño era muy enfermizo.

Cuando Hudson tenía diecisiete años y medio comprendió que Dios lo había llamado para servirle en la China. Poco tiempo después, empezó a prepararse para la obra misionera. Lo primero que hizo fue procurar mejorar su salud. Se sometió a un programa de ejercicio físico, y trató de pasar más tiempo al aire libre. Dejó a un lado su colchón de plumas, a fin de prepararse para una vida de rigores y asperezas. De manera habitual repartía tratados, enseñaba una clase de escuela dominical y visitaba a lo s pobres y a los enfermos.

Aunque no tenía ningún libro que le enseñara el idioma chino, poseía un ejemplar del evangelio según san Lucas en ese lenguaje. Usando tal libro como texto, dedicó muchas horas al estudio del idioma. Con la ayuda de un primo hermano, Hudson Taylor pudo compilar un diccionario chino que contenía unos quinientos caracteres.

A los diecinueve años salió de su hogar, para estudiar medicina y cirugía, convencido de que esto le sería provechoso en el campo misionero. Tan decidido estaba en cuanto a ir a la China, que resolvió trabajar con el fin de ahorrar dinero para el pasaje.

Por fin llegó el día anhelado, y Hudson Taylor se embargó en un buque que iba a hacia la China. Era un barco de velas, y requería de viento fuerte y constante para llevarlo a su destino. Un día, en plena mitad del océano, el viento dejó de soplar.

“Hemos hecho todo lo posible” dijo el capitán. “Todo lo posible, no” replicó Taylor. “Habemos cuatro creyentes en la nave. Le pediremos a Dios que nos mande el viento que necesitamos”. Los cuatro entraron en uno de sus camarotes, y empezaron a orar. Pronto se levantó un fuerte viento, y la nave comenzó a avanzar de nuevo. Todos ellos marineros y los pasajeros se sorprendieron, menos los cuatros creyentes que había elevado su plegaria al Señor. Estos sabían que Dios tiene poder para enviar el viento.

La travesía no resultó nada fácil. De hecho, por poco termina en desastre, por cuanto la nave fue atrapada por una fuerte tormenta; luego por un espantoso ciclón, y también por una ventisca cegadora. Sin embargo, por fin, luego de cinco meses y medio de navegación llegaron a Shangai, en la China.

Hudson Taylor
había estado esperando dedicarse de lleno a la obra misionera. No obstante, se topó con muchos obstáculos que le impedían desarrollar su obra. Esto fue especialmente cierto cuando estalló la guerra entre las tropas extranjeras y el ejército imperial. Ningún europeo podía andar seguro sin llevar un arma. Esto afligía al joven misionero, por cuanto había llegado a la China con la certeza de que Dios lo había enviado allí para presentar a la gente el mensaje de salvación. Tuvo que atravesar otras experiencias desalentadoras, también. La inflamación de sus ojos, que le había afectado cuando trabajaba en el banco años tras, volvió a molestarle. El fuerte sol y el polvo le causaban esa molestia, y como resultado, Hudson sufría intensos dolores de cabeza.

A pesar de tales problemas, dedicaba unas cinco horas diarias al estudio del idioma chino. Además, continuó sus estudios de medicina y química, de modo de no perder el toque médico que sentía necesitar para alcanzar a la gente.

Casi un uño después de haber salido de su hogar, Hudson Taylor por fin logró ayudar a algunas personas con atención médica. Parecía que las cosas le iban mejor. Estableció una escuela diurna, en la cual tenía diez niños y cinco niñas, con un profesor cristiano que dictaba las clases. Aunque no había anunciado la apertura de un dispensario médico, cada día le llegaban nuevos pacientes. La asistencia a los cultos iba en aumento también. Al principio asistían solamente Hudson y el maestro cristiano. Sin embargo, pronto la asistencia subió a unas veinte personas; algunas llegaban por la mañana, y otras por la noche. Pero tras un problema surgía otro contribuyendo a desanimar al misionero: un lugar donde vivir, comida y alimentación, dinero para pagar sus gastos, la guerra y muchos problemas más. Taylor se convenció de que la única manera de alcanzar a la gente de China sería identificándose con ellos. Por tanto, compró ropa China y aprendió a comer con palillos, a usanza china. Sin embargo, le faltaba un paso grande, que no había dado aún: su cabello rubio y crespo le daba a conocer como europeo a la legua. Creyendo que esa era la única manera de alcanzar al pueblo chino con el evangelio, finalmente Hudson dio también ese paso. Llamó a un peluquero, y le pidió que le cortara el pelo, dejándole únicamente lo suficiente para que le pareciera otro chino más. Todo esto le ganó la entrada al corazón de la gente, y muchos ni siquiera sospechaban que era extranjero, sino cuando empezaba a hablarles.

A pesar de todo ello, cuando recibió una carta de su casa, se enteró de que su familia no estaba contenta con lo que había hecho. Les contestó explicándoles que lo que había hecho era con el fin de alcanzar al pueblo chino para Cristo, y que su acción estaba demostrando ser muy efectiva.
Cuando estalló la guerra entre China e Inglaterra, casi todas las personas consideradas extranjeras vieron sus vidas en peligro. No obstante, debido al hecho de que Taylor había adoptado el vestuario y la apariencia de los chinos, halló que le era más fácil confundirse entre ellos. No obstante, en muchas ocasiones, su vida también se vio en gran peligro.

El 16 de enero de 1858 Maria Dyer cumplió los veintiún años; y el 20 de enero se casó con Hudson Taylor. Desde entonces la obra de los misioneros fue expandiéndose más. María tomó a su cargo las reuniones para niños y señoras, e invitaban a los chinos a que la visitaran en su casa. El trabajo de Hudson, evangelizando, predicando y curando a la gente, lo mantenía ocupado día y noche. Los misioneros se encaraban, día tras día, año tras año, con más guerras, tiempos de hambre, y muchos otros problemas que afectaban a la obra. No obstante, Jaime Hudson Taylor y su esposa, fueron instrumentos en las manos de Dios para formar una nueva misión, que se llamó la Misión al Interior de la China; y Dios los prosperó en su obra. Dios también bendijo su hogar, dándoles una hija, a la cual pusieron por nombre Graciela.

La vida de Hudson Taylor fue una vida de oración y de dependencia continua en Dios. No hacía nada si primero arrodillase y pedir que Dios le revelara su divina voluntad. Esto fue cierto cuando, muy joven aún, buscaba la sabiduría de Dios en cuanto a su viaje de evangelización y de servicio médico río arriba, para alcanzar a la gente en el interior de país; fue cierto cuando buscaba la voluntad de Dios en cuanto a su casamiento; y es algo que debe ser hecho por cada uno de nosotros, en cada decisión que tomamos, sea grande o pequeña. En razón de que ya pertenecemos a cristo, debemos saber cuál es su voluntad perfecta para nosotros.
Cuando Jaime Hudson Taylor comprendió que pronto terminaría su obra en la China, siendo que no le quedaban muchos más días de su vida en esta tierra, les dijo a unos amigos: “Si tuviera mil vidas, las entregaría todas por la China”.

DIETRICH BONHOEFFER

¿Lo sabía usted?

Bonhoeffer era un pianista tan talentoso que sus padres pensaban que llegaría a ser un concertista profesional.
A los catorce años se decidió por la teología.
Bonhoeffer obtuvo su doctorado cuando tenía apenas veintiún años.
Bonhoeffer viajó mucho durante los pocos años que vivió; visitó Cuba, México, Italia, Libia, Dinamarca, Suecia, España, Inglaterra y los Estados Unidos.
Bonhoeffer se mudó a uno de los peores barrios de Berlín para estar más cerca de unos niños a quienes enseñaba la Biblia.
Trabajó para la agencia de Inteligencia Estatal de Hitler, un puesto que le dio la cobertura ideal para tratar, a escondidas, con el contrabando de judíos a países neutros. Bonhoeffer dirigió un seminario ilegal durante dos años y medio, hasta que fue cerrado por la Gestapo.
Poco antes de la Segunda Guerra Mundial viajó a Estados Unidos, donde consideró que estaría seguro. No obstante, decidió volver a Alemania para unirse a los pastores que sufrían bajo la tiranía de Hitler
Su actitud confiada y calmada durante los bombardeos inspiró profundamente a sus compañeros de prisión, e incluso a los guardias que lo custodiaban. Bonhoeffer podría haberse escapado del campo de concentración donde estaba, pero escogió quedarse para que su familia y amigos no sufrieran represalias.
La decisión de ejecutar a Bonhoeffer fue tomada por el mismo Adolfo Hitler.
En el corazón de Bonhoeffer seguía una profunda búsqueda de la forma de poner por obra el radical estilo de vida que describe el Sermón del Monte. Sus estudiantes se sentían atraídos por su estilo humilde y sencillo, tan diferente al elaborado intelectualismo de otros profesores. Bonhoeffer además, no dejaba de condenar públicamente las tendencias racistas del nazismo, lo que lo distanció de algunos alumnos, admiradores de Hitler. Sumado a lo anterior, muchas personas dentro de la iglesia habían adoptado una postura abiertamente pro-nazi, lo que eventualmente provocaría una irreparable división en la iglesia alemana. Eventualmente nació la "Iglesia Confesional", así llamada porque repudiaba cualquier estilo de vida que exigía lealtad a otros dioses, confesando que solo Cristo era Señor. Como parte de esta creencia se esperaba de los cristianos que abrazaran abiertamente un evangelio hacia los oprimidos.
Los vínculos de Bonhoeffer con los judíos y sus denuncias del gobierno le habían ganado el repudio generalizado de la iglesia oficial, enfervorizada con las reformas de Hitler. Muchos consideraban al Führer un verdadero enviado de Dios, con la misión de restaurar la gloria de una sociedad devastada por la pobreza y el sufrimiento.
Bonhoeffer comenzó a trabajar para movilizar a líderes mundiales en contra de lo que estaba ocurriendo en Alemania. Viajó a varios países para participar en conferencias, en las cuales buscaba crear conciencia de la creciente ola de racismo en su tierra natal. Para él, la falta de valentía de la iglesia para denunciar estos hechos constituía una verdadera traición de los valores más esenciales del evangelio.
Dos años más tarde publicó otro libro que impactó profundamente a la Iglesia : Vida en comunidad. La obra proponía que la Iglesia debía ser un refugio para los que tenían parte de ella, una comunidad para los perdidos. Según Bonhoeffer, el cuerpo de Cristo solo cumplía su verdadero llamado cuando ofrecía esperanza a los más marginados y desesperanzados de la sociedad.

En abril de 1943 la Gestapo , luego de una investigación que había levantado sospechas sobre las actividades de Bonhoeffer, lo arrestó y envió a la prisión de Tegel. Durante este tiempo escribió cartas que inspiraban a muchos, sacadas de la prisión por los mismos guardias que simpatizaban con él. Eventualmente se publicaron como Cartas de la prisión. En ellas Bonhoeffer condena a la iglesia por su indiferencia y silencio frente a las muertes de millones de personas inocentes, ocurridas en los campos de concentración.

En julio de 1944, un intento de asesinar a Hitler falló y la investigación hecha por la policía secreta implicó también a Bonhoeffer, quien fue trasladado a una prisión de la Gestapo en Berlín. Para febrero de 1945 se le trasladó a Buchenwald, un campo de concentración con condiciones deplorables donde ya habían fallecido más de medio millón de judíos. Semanas después, el 3 de abril, lo trasladaron al campo de exterminio en Flossenburg. El 9 de abril, por órdenes de Hitler, Bonhoeffer y otros seis conspiradores fueron colgados.
Al salir de su celda Bonhoeffer le dijo a uno de sus compañeros: "Este es el final, para mí, el principio de la vida." Muchos años más tarde, el médico que presenció la ejecución comentó: "En cincuenta años de practicar medicina pocas veces he visto a un hombre enfrentarse a la muerte con tanto decoro y valentía. Hasta el último momento demostró absoluta sumisión a la voluntad de Dios."
Cuatro semanas más tarde, la Segunda Guerra Mundial en Europa llegaba a su fin. Con ella caía el régimen nazi contra el cual había luchado tan tenazmente Bonhoeffer. Su testimonio de osadía continúa desafiando a todo discípulo de Cristo a estar dispuesto a seguirlo, hasta las últimas consecuencias.

"No es posible abrazar a una sociedad sufriente sin quebrarse en el proceso"